21 de diciembre de 2019

VIVIR SIN MÓVIL

      Explicar hoy en día por qué no tener móvil es complicado. Cuando dices que no tienes móvil la gente se sorprende mucho. No obstante, pese a la incredulidad inicial, la conversación suele tornarse en un cumplido a tu capacidad para vivir sin móvil, seguida de, por cómo lo veo yo, un desahogo sobre todos sus inconvenientes. Me convierten en seguida en su confesora, “reconozco que paso demasiado tiempo utilizando el móvil”.

    Te digo que a veces tengo la sensación de que optar por no tenerlo carece de sentido y, cinco segundos después, tiene todo el sentido del mundo. Y eso me fascina.

   Ahora seguramente ocurrirá antes pero, en mi época de instituto, mis compañerxs de clase empezaban a tener móvil en segundo o tercero de la E.S.O., y los motivos para no tenerlo eran, o la negativa de tus padres o no podértelo permitir. Y, en mi caso, mis padres no me lo hubieran impedido si yo me lo pagaba y me responsabilizaba. No me interesó. Para ver a mis amigos no lo necesitaba y, sinceramente, creo que no existía otra excusa en aquel entonces para comprármelo. La primera vez que viajé sola al extranjero, 13 años tendría, mis padres me hicieron llevar móvil simplemente para que les llamara para decirles que estaba sana y salva. Como era táctil y yo no entendía eso de bloquear la pantalla, al llevarlo en el bolsillo, de alguna manera se me agotaron los intentos para meter el PIN,  y el PUK no me lo había apuntado, así que guardé dicho móvil en la maleta y no lo utilicé en todo el viaje. Por suerte, mis padres comprendieron que si me pasaba algo alguien les avisaría y no me dijeron nada al respecto. También es verdad que nunca más me obligaron a llevarlo.

    Me ha marcado, evidentemente, el estilo de vida que mis padres han elegido, vivir con menos para vivir más plenamente. Dar más importancia al ser que al tener. Nunca hubo demasiada tecnología en mi casa. La primera televisión que tuvimos era de 14’’ y duró pocos años en un rincón del salón. Fue sustituida por otra televisión más moderna y grande, pero el mando desapareció “misteriosamente” un día (gracias mamá) y nunca nos molestamos en buscarlo. Así pues, entre lo que me marcó mi infancia, lo conectada que me he sentido siempre con la naturaleza y lo más primitivo del ser humano, mi pasión por el conocimiento y mi curiosidad incombustible, entre otros muchos factores interaccionando y evolucionando, he crecido en conflicto permanente con la tecnología. “No es la tecnología, no es la ciencia, son las personas”. Gracias por la aclaración, trato de tenerlo presente. Me parece alucinante todo lo que han avanzado la ciencia y la tecnología, me maravilla cualquier aparato inventado por el ser humano y admiro a aquellxs que los idearon. Cómo no voy a quedarme con la boca abierta viendo el motor de un coche, cómo quedarme indiferente pensando en la Estación Espacial Internacional flotando en el espacio, cómo ignorar que la radio suena y que metes al microondas una masa de harina, agua, levadura y aceite con tomate y queso por encima y sale una pizza. Veo inevitable que paremos esto y, además, no quiero que pare. Quiero ver un coche volar como en Regreso al futuro y quiero ver a alguien paseando por Marte. Pero me preocupa cómo orientamos a veces este potencial. No sé dónde está el equilibrio y, además, muchas veces aparto tales pensamientos de mi cabeza para no chocarme con una respuesta que no me guste. Creo que nunca voy a tener claro qué pensar. Con esto, que realmente es un debate muy amplio que no puedo resumir de forma tan simple, sólo quería remarcar que los móviles, en sí mismos, me resultan increíbles.

     Como ocurre a todo el mundo, a medida que he crecido, mis preocupaciones, intereses, motivaciones e incluso mi propia personalidad, han ido evolucionando. No puedo dar la misma respuesta a ciertas preguntas ahora que con 15 años. Cada vez me siento más presionada para tener un móvil. Qué sensación más desagradable. Puedo seguir diciendo que “no lo necesito” porque en esencia, es la pura verdad. No lo necesito para ser yo misma, para crecer como persona, para hacer las cosas que me hacen sentir bien. Sin embargo, este mundo que creamos entre todos con nuestros actos día a día, cada vez se vuelve más intolerable desde esta perspectiva de la “no-necesidad”. Estamos construyendo un mundo de prisas e inmediatez, de acumular mucho “por si”, en el que el privilegio de elegir entre tener o no tener móvil va a ser cada vez más escaso. Ya no se trata de ser y vivir, se trata de ser y vivir de determinada forma.  Qué identificada me siento con esa viñeta de Mafalda en la que dice: “Paren el mundo, que me quiero bajar”. Tienes que hacer un análisis íntegro si quieres llegar a algún lado. El problema, desde mi perspectiva, radica en todo un sistema de valores y en el estilo de vida que queremos hacer global. Tal y como lo veo, el móvil es una herramienta perfecta en el nuevo orden mundial. Por eso me cuesta tanto explicar a los demás mi punto de vista, porque las respuestas que nos sirven de verdad son las que conectan con nuestra visión de las cosas o, simplemente, las que nos hacen sentir. Así, para que todos los inconvenientes que cualquier persona es capaz de encontrar en un móvil le sirvieran para tirarlo por la ventana, haría falta que, antes, esa persona se hubiera replanteado muchos otros factores de su estilo de vida y, por ende, de su escala de valores, y los quisiera cambiar. Yo no digo que muchas personas que tienen móvil no hagan esto, de hecho, conozco mucha gente que vive de una manera mucho más coherente y consciente que yo y que tiene móvil. Y ahí quería llegar. El móvil no es lo peor. Pero, entre todas las batallas que quiero emprender, no tener móvil es una de las que puedo luchar. Yo apuesto por el decrecimiento como estilo de vida y, no tener móvil, al igual que no tener televisión o veinte mil camisetas, forman parte de ello. Considero que es lo más coherente por respeto al planeta y los que no tienen nada. Y no menos importante es la libertad que me da el vivir con poco, de invertir lo poco que tengo en otras cosas que me motivan más o, simplemente, de trabajar menos por necesitar menos.

      Quiero reivindicar el observar. ¿Cuánta vida pasa por delante mientras, absortas, miramos la pantalla? Me entristece un poco ver todo eso que pasa desapercibido por no mirar, todo eso que no pervivirá en la memoria colectiva de la humanidad porque nadie lo observó. Me entristecen las miradas que nunca se cruzaron, lo que nos perdimos de alguien. Y me provoca la risa las caídas, choques contra gente, papeleras, farolas, que he presenciado por ir enfrascados en el móvil; eso se lo tengo que agradecer. Pero, seriamente, observar es esencial para comprender lo que nos rodea. “Pero a través del móvil también observamos lo que pasa en el mundo, incluso lo que pasa más allá de nuestro entorno”. Bueno, sí, nos podemos enterar de muchas cosas, pero, a ver, toda esa “información”, ¿qué vamos a hacer con ella? Porque, a mi entender, todo lo que leemos pasa por el filtro siempre subjetivo del que escribe, y lo que vemos en imágenes no nos permite percibir lo que los demás sentidos aportan al sentido de la vista. Y, además, de qué sirve enterarse de tantas cosas que ocurren a miles de kilómetros si vamos por la calle aislados de lo que nos rodea. Demasiada información como para procesarla correctamente. Por supuesto, no digo que no haya que informarse de lo que pasa en el mundo. Claro que yo digo esto como si lo que nos mantiene pegados a la pantalla nos aportara realmente algo que valga la pena.

      Me suelen preguntar mucho que, sin móvil, cómo me comunico con los demás. Esta pregunta tiene trampa, porque quien pregunta, pone las reglas del juego, así que yo suelo responder de broma que no me comunico, que vivo en un árbol y no tengo amigos. La trampa radica en que, tal y como se plantea, parece que el móvil es el medio de comunicación esencial y eso es, permítanme la rotundidad, falso. Me corrijo. Ya no es tan falso, puede ser que si se esté convirtiendo en eso. Mucha comunicación vacía, me parece. Se deja en segundo plano la introspección y el contacto real, sustituidos por una comunicación lejana y constante. Personalmente, no necesito estar permanentemente en contacto con alguien para quererle más. Si pasa algo importante y que no puede esperar, de alguna manera nos enteramos fijo, y lo demás, para cuando nos veamos. No poder esperar a hablar con alguien y saber inmediatamente todo lo que les pasa a familiares, amigxs, conocidxs, etc es algo que no me pasa y que prefiero no seguir sintiendo. Reconozco que yo soy injusta a veces, no viendo que, eso que para mí es normal, para los demás puede ser falta de interés. Por eso, me siento agradecida de lo comprensivxs y pacientes que son mis amigxs (y por las molestias que se toman al llamarme a casa o enviar un correo, que es mucho más incómodo que enviar un Whatsapp). Parece que cambio de tema, pero no. Hablemos de viajar. Viajar es algo muy corriente en estos tiempos (hablo de la cultura occidental en la que vivo) y, al viajar puedes hacer amigxs. Si quieres mantenerlxs, el factor verte en persona falla un poco. Pero aun así, siempre existe la manera. Este es un claro y sencillo ejemplo de cómo todo está relacionado. Por otro lado, me gusta desaparecer. Desaparecer implica que nadie sepa dónde estás y lo que haces si no quieres. Esa necesidad de estar permanentemente localizable me chirría. Dejando a un lado la comunicación con mis amistades y familia, lo siento pero lo que desayuna no sé qué persona o cómo se viste, no me importa lo más mínimo.

      Por relajar un poco el ambiente, hablemos brevemente de romanticismo. Me gusta dejar notitas si quiero decirle algo a alguien que no sé si voy a ver en mucho tiempo. Recibir una carta del puño y letra de una persona es especial, lo he vivido y ojalá eso siga vivo. Y estar ante un paisaje espectacular: la niebla húmeda y misteriosa con la que abre un nuevo día, la montaña inmensa y salvaje teñida por los últimos rayos de sol, el río ruidoso e implacable entre rocas y árboles, y pararte, respirar profundo, aprovechar ese regalo sensorial el tiempo que dure, porque no hay foto o vídeo que lo pueda capturar, que merezca perderte las emociones reales que estás sintiendo en ese preciso instante. También diré que me encantan la fotografía y los documentales, y me han emocionado también. Aprovecho para recomendar una película-documental, así como su banda sonora y al músico que la compuso (Pablo Díaz Fanjul): 100 días de soledad

      Ya sabes, amiga mía, que si llego tarde no puedo avisar. Me sé de memoria las pinturas rupestres de ciertos baños. Perdonadme personas a las que he podido incomodar por observarlas más tiempo del que parece ser correcto, no tenía nada mejor que hacer, y me encantó observaros. A algunxs, no era una excusa cuando me pedisteis mi teléfono y os dije que no tenía. Lo siento por todos esos libros que no serán leídos en el bus. Agradezco a todxs lxs que me dijeron amablemente la hora a lo largo de mi vida o que me ayudaron a llegar a mi destino, a lxs que se molestaron en avisarme de cierto evento del que, si no, no me hubiera enterado, me enviaron las posibles preguntas de un examen por correo sabiendo que no estaba en el grupo de Whatsapp o me enseñaron esa foto tan graciosa de la que todo el mundo habla.

      Leí en algún sitio una expresión que me pareció perfecta en su sencillez: “es necesario vivir más lento y mirar más cerca”.

    También hay sombras. Recuerdo una época, cuando era algo más joven, que me avergonzaba admitir en determinados ambientes o situaciones concretas el hecho de no tener móvil. Eso ya lo he superado. También a menudo pienso en todas las aplicaciones que me parecen realmente útiles para diversos temas y, si es posible, me las instalo en el portátil para aprender a utilizarlas y descartarlas si al final no son lo que esperaba. Y todos los días me dejo llevar por la idea de que es la persona la que controla a la máquina y no al revés. Por otro lado, aunque me considero una persona solitaria, desapegada, resolutiva y contenta de vivir sin móvil, a veces, he pensado en la cantidad de cosas que me facilitaría tenerlo. Son esos momentos en los que, como decía al principio, no tenerlo carece de sentido. Siendo tan introvertida como soy y torpe para las relaciones sociales, ¿no estaría más conectada con los demás?, ¿no sería más fácil conocer gente nueva?, ¿o enamorarme incluso? Qué fácil sería enterarse de la fecha de un examen u organizar un viaje. Pasan rápido estos instantes, me río de mi misma. Creo que a mí no me serviría. Me aislaría más con la idea de estar más cerca de los demás. Pienso en todas las personas que he conocido, con las que he pasado más o menos tiempo, a aquellas con las que disfruté pero nunca volví a ver, en mis amigxs, que son tan bellas personas. Pienso en todas las situaciones en las que me vi sola y perdida en un lugar desconocido y en las que me busqué la vida para arreglarlo. Con móvil no hubiera aprendido ciertas cosas.

      Y ya que estamos quiero mostrar mi enfado. Me quejo de esos servicios que ya solo se pueden gestionar a través de internet y dando tu número de móvil, de esas cabinas telefónicas que no funcionan o simplemente desaparecieron (¿alguien se dio cuenta?). Me quejo de la dificultad de encontrar trabajo sin móvil, del tiempo que perdí un día porque en cierta tienda no sabían cómo hacerme socia si no daba mi número de móvil. Reivindico el derecho a optar por vivir sin móvil y que eso no te impida hacer algo.

      Realmente me cuesta encontrar las palabras óptimas para describir cómo es vivir sin móvil en el siglo XXI con veititantos años, así que espero haberme expresado lo mejor posible. A mí me ha servido mucho este ejercicio de reflexión. Puesto que nunca he tenido móvil no sé comparar vivir con él a vivir sin él, y para mí la vida fluye más o menos igual que la del resto del mundo, es lo normal. Sin embargo, inevitablemente he tenido que construir toda una argumentación en torno al tema. A veces, la respuesta más sincera a ¿por qué no tienes móvil?, “porque no lo necesito”, parece ser insuficiente. Aun así no escribo esto para justificarme, porque confío en que nadie me está juzgando. ESCRIBO PARA NO OLVIDAR LO QUE PIENSO Y SIENTO.