El principio es tan evidente como un axioma: la capacidad corruptora del poder alcanza incluso a los dioses. Y eso lo saben muy bien los magos y los elfos, que se niegan a aceptar el anillo de poder que les ofrece Frodo, el hobbit. Un anillo que hay que destruir cueste lo que cueste, ya que, de no hacerlo, de conservarlo o de permitir que lo recupere Sauron, el Señor de la Oscuridad, los habitantes de la Tierra Media corren el peligro de dejar de ser libres. Porque el poder es el mal. Ese riesgo apocalíptico de perder la libertad, de verse obligados a abandonar el modo de vida que tanto les gusta, impulsa a Frodo y sus camaradas a emprender la gran aventura que relata Tolkien: una guerra abierta, en la que la emoción de la lucha, el interés por lo incierto del desenlace impiden escapar a la magia de la novela.
El Señor de los Anillos plasma el sólido ideario lingüístico, poético y filosófico de uno de los autores más importantes de nuestro tiempo.
Para una persona amante de la literatura y, en concreto, del género fantástico, es indispensable leerlo. No se trata solo de su calidad literaria (que es innegable) y de la sublime historia que narra, es también el mensaje (que sigue vigente) y el sentimiento que deja en cada una. Eso sí, hay opiniones encontradas. Parece ser que, o te encanta o te parece demasiado pesado de digerir. Es, sin duda alguna, una de mis novelas favoritas, nunca me cansaré de leerla.
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